Desde hace ya más de 12.000 años, allá por el Neolítico, cuando el incipiente Homo sapiens modificó sus hábitos de vida nómadas como cazador y recolector para hacerse sedentario y cultivar la tierra, hasta hoy, la separación entre Naturaleza y hombre no ha hecho más que crecer. Hoy en día podemos decir sin ningún tipo de ambigüedad, que un profundo abismo separa lo doméstico de lo salvaje. Y es que la modificación de la Naturaleza en provecho del hombre es tan radical y se manifiesta en tantas formas que es casi imposible encontrar un lugar en el planeta donde no se manifieste nuestra impronta.
¿A qué viene esto? Pues veréis, es algo que me ronda la cabeza desde esta primavera, en la que si algo merece destacar es la falta de vida detectada en mi salidas al campo. El silencio en la llanura castellana es atronador. Apenas se escucha el canto de los pájaros y cuando se escucha, son muy pocas las especies que podemos detectar, lo cual me ha llevado a pensar un poco en las posibles causas de tan dramática situación. Voy a enumerar algunas de ellas tratando de indicar cuáles son sus repercusiones.
En primer lugar, los cambios en los usos agrícolas. Lo vimos el siglo pasado con la revolución industrial cuando gracias a la máquina de vapor la productividad de la tierra aumentó exponencialmente a la vez que se acentuaba el declive de las especies salvajes. Hoy, la revolución llega de la mano de los productos fitosanitarios, los herbicidas, los inmensos monocultivos y la selección genética de las semillas. Es difícil encontrar campos donde florezcan las amapolas, las malvas o la manzanilla, por poner algunos ejemplos. Podemos recorrer hectáreas de cereal sin ver un solo cardo y ante esta pérdida de biodiversidad vegetal, la vida de los insectos y otros invertebrados se hace muy complicada. Si nos quedamos sin “bichos”, ¿qué proteínas van a dar las aves a sus pollos durante su crecimiento? Si las cosechas cada vez son más tempranas, ¿qué protección van a encontrar los aguiluchos para sus nidos? Si se roturan los barbechos sistemáticamente, ¿dónde van a criar multitud de especies que dependen de este hábitat? Las lindes arbustivas entre fincas, sencillamente, han pasado a la historia, los arados roban metros a los caminos con sus rejas y sembramos el campo de rodenticidas que no solo acaban con algunos topillos sino que al pasar a formar parte de la cadena trófica, matan especies cuya protección nos está costando a todos muchísimo dinero.
Intrínsecamente, unido a lo anterior, va el segundo de los problemas que he detectado, la sobre explotación de los acuíferos. Cada vez tenemos más y más hectáreas de regadío donde tradicionalmente se plantaban cultivos con muy poca demanda de agua. Una vez más, sustituimos el sentido común por el beneficio económico a corto plazo. Aunque los sondeos tengan que ser cada vez más profundos y con ello más costosos. Así, estamos notando un estrés hídrico insostenible para nuestros más emblemáticos humedales, esos reservorios de vida que tanto hemos dañado desde tiempos históricos. Esto no sólo repercute negativamente en las aves sino también en las poblaciones de anfibios ya de por sí extremadamente amenazados, en mamíferos y toda suerte de invertebrados vinculados en mayor o menor grado al medio acuático.
El tercer bloque de amenazas es el incremento incesante del consumo energético. Nuestra sociedad está montada en torno a un modelo energético claramente insostenible para el planeta. Dependemos absolutamente de la energía para vivir, hasta el punto de correr el riesgo de desaparecer como especie si se produce el colapso energético, cosa, desde mi punto de vista, poco improbable. Para atender tal demanda, hemos pasado de la recogida de combustibles leñosos en los bosques a la extracción de carbón mineral, de esta a los combustibles fósiles, a la energía nuclear y de aquí, a las llamadas energías alternativas. Como si estas no fuesen también dañinas.
Nadie sabe a ciencia cierta la cantidad de aves, mamíferos voladores y otros invertebrados, que giro tras giro, cercenan las aspas de los aerogeneradores —ya se encargan las empresas de hacerlos desaparecer con extremada diligencia. No contentos con el impacto visual que causan en las montañas, ahora la tendencia es ponerlos más y más grandes en el mar; la ventaja es que las corrientes marinas realizan gratis el trabajo sucio de hacer desaparecer los cadáveres.
Pero la energía se produce en unos puntos y se consume en otros, esto nos lleva al problema de los tendidos eléctricos y sus torretas insuficientemente aisladas, que se han convertido en verdaderos sumideros de muerte por electrocución. De poco sirve que nos gastemos millones que no tenemos en proteger especies (ej. Águila imperial) si no atajamos previamente la raíz de sus males. Una vez más, vemos la falta de coherencia en las cabezas de nuestros dirigentes.
Otra amenaza, vinculada a esto, es la contaminación lumínica. Hemos hecho, que la noche cada vez se parezca más al día, hasta el punto de tener que recorrer muchos kms si queremos ver un cielo estrellado. El paisaje nocturno, artificialmente sobre iluminado, está teniendo una gran incidencia sobre las especies migratorias impidiendo o retrasando su orientación en sus desplazamientos desde sus áreas de invernada y sus áreas de cría y viceversa.
El cuarto bloque, quizás del que más se ha escrito pero no por ello menos importante, es el de la contaminación y gestión de nuestros residuos. Somos una especie sucia, generamos mucha basura y no la procesamos debidamente. Hoy en día se ha comprobado que hasta en los lugares más remotos del planeta se pueden encontrar restos de plástico en los sistemas digestivos de aves, mamíferos y peces. Tradicionalmente, hemos usado los ríos como cloacas para deshacernos de nuestra mierda, y todo ello ha llegado al mar, poco tardará este en devolvérnoslo, estoy seguro. Nuestros vertederos a cielo abierto se han convertido en fuente de alimento fácil para muchas especies, modificando incluso comportamientos tan importantes como los migratorios, hoy en día, tenemos cigüeñas todo el año, ya no tienen que volar al África subsahariana a procurarse el sustento en los rigores invernales, pero tampoco es infrecuente verlas sufrir severas amputaciones por enredarse con bolsas de plástico y restos de cuerdas. Consumimos sin control y adoramos el envase, hasta el punto de que hay casos en los que este vale más que el contenido que guarda.
El último bloque, por ir acabando y no extenderme más, se lo dedico al “ocio en la Naturaleza”. Si era poco problema el de la caza “deportiva”, ahora tenemos los campos llenos de “deportistas” que corren, escalan, pedalean, destrozan con sus quads la cubierta vegetal sin importarles (salvo muy honrosas y escasas excepciones) ni la época del ciclo reproductor de las especies, ni el impacto que sus actividades generan. No les basta con las instalaciones deportivas, ahora la moda es hacerlo en espacios protegidos. Estamos viendo venir ya hordas de turistas que sólo buscan hacerse el Selfie de turno para decir: yo estuve allí, sin haber tenido el más mínimo contacto con el medio. Es posible, si no se produce un fuerte cambio en la educación ambiental, que la Naturaleza muera de éxito.
Sería presuntuoso por mi parte, arrogarme todas estas ideas y reflexiones, tan sólo por haber pasado una triste primavera en el plano pajarero. Ellas se deben también a lecturas de amigos mucho más preparados que yo, como:
Antonio Sandoval, Juan Goñi, Dave Langlois, Iñigo Javaloyes o el recién descubierto César-Javier Palacios. A todos ellos, mi agradecimiento más sincero por mostrarme para que sirven las aves, por meterme dentro el bosque, por demostrar que sí se puede luchar contra los lobbies, por dejarme volar junto a una joven imperial o por enseñarme que las plumas también sirven para hacernos oír.